Lázaro Omar y su devoción por salvar vidas
“Me identifico como una persona a la que realmente le gusta ayudar a los demás. Tengo 27 años, soy médico, intensivista pediátrico de vocación”.
En el segundo piso del matancero hospital Eliseo Noel Caamaño, justo a la izquierda, queda una sala que nadie quisiera visitar, pero en la que indiscutiblemente se obra el milagro de la vida. Tras sus puertas dibujadas, en un mundo arcoíris, de vestuarios verdes, azules, negros, blancos… se le arrebatan infantes a la muerte y se devuelven sonrisas. Justo ahí labora Lázaro Omar Méndez Mederos, en la Unidad de Cuidados Intensivos.
“Medicina fue algo que siempre tuve bien claro. Me crié dentro de este hospital donde mi mamá trabaja, en el laboratorio, desde hace 30 años. Recorría todos los pasillos, incluso los de esta Terapia, por lo que crecí vinculado a la pediatría. En algún momento me desvié y quería hacer neurocirugía, como todo el mundo cuando empieza la carrera, influenciado por la serie Anatomía de Grey”.
Es lunes y el ajetreo es intenso, aunque eso no lo marca el día de la semana. Puede ser domingo, que mientras haya una vida por salvar, allí nadie duerme. Como hormiguita se le ve desplazar al personal de un lado a otro, lo mismo con tubos de EDTA y demás muestras montadas sobre finas láminas para analizar, que con estetoscopios alrededor del cuello acelerando el paso si acentúa la gravedad de un paciente.
“La emergencia me atrapó cuando roté por adultos en el Faustino. En cuarto año fue que me tocó el Pediátrico, lo que me resultó un ambiente muy familiar, aunque ya dejaban de ser personas conocidas y se convertían en mis profesores. Bastante impactante, porque genera una presión, y uno trata de hacer las cosas lo mejor posible. Tenía una dicotomía entre la terapia intensiva-emergencia y la pediatría, y qué mejor combinación que la terapia intensiva pediátrica.
“¿Un médico para entrevistar? ¡Uff!”. La pregunta frunció rostros y la bola pasó de mano en mano, y no por ese terror a los micrófonos que algunos manifiestan. Hay quien pudiera no creerlo, pero tras el umbral de esa puerta a veces el tiempo no alcanza ni para comer. Por lo que, una vez iniciadas las presentaciones sin muchos protocolos ni formalidades, justo en la mismísima puerta y sentados sobre una camilla, se contó esta historia.
“Llega el 2020, pleno covid, último año de la carrera. Comienzo a hacer el Programa de Internado Vertical, formación que te vincula directamente a una especialidad mientras estás terminando la carrera, y comencé a hacerlo acá, a tiempo completo en la Terapia Intensiva. Fue un año muy intenso, de mucho trabajo y responsabilidad, y yo empezaba a enfrentar situaciones que no tienen nada que ver con lo que uno aprende en la carrera.
“El paciente pediátrico constituye el más complejo que existe en la medicina. Esto se debe a sus características, sobre todo los menores de un año, son muy pequeños, inmaduros, con una respuesta errática a las enfermedades, a los propios tratamientos. Se necesita desarrollar visión y pericia para saber reconocer, porque son bebés y no hablan, no pueden expresar un padecimiento; entonces, te sientes más retado y más forzado a prepararte, y así transcurrió mi primer año dentro de estas puertas.
“Después se puso bastante complicado, porque fui el último en llegar aquí y veía a los profesores y demás residentes en un nivel superalto, difícil de igualar. He tenido que estudiar muchísimo.
“En los otros tres años de residencia, que fueron de los mejores de mi vida, prácticamente vivía dentro de la Terapia. Cada día significó una experiencia, de las buenas, uno se siente orgulloso, mientras que las malas te destruyen, te acaban la moral, la fuerza de voluntad, pero aprendes. Si cometes errores, sabes que no los vas a volver a cometer nunca más en la vida, y si te sucede algo similar, sabes cómo actuar, y ese es, al final, el objetivo: siempre es aliviar a los niños que ingresan en esta sala y devolverles las sonrisas”.
Lázaro Omar parece mayor, y no por los hilos blancos que se mezclan en su cabello oscuro, o por la barba, tan de moda en las series turcas, que le maquilla el rostro. Basta escucharle unos escasos minutos para entender la seriedad con que asume su trabajo y la pasión que le llevó a esas cuatro paredes verdes que siente como casa.
“La covid fue una etapa difícil, pero realmente para nosotros no tanto como para quienes se dedicaron a tratar adultos. El volumen de casos graves que tuvimos no nos planteó un reto tan alto; sin embargo, dos años después, en la epidemia de dengue sí fue devastador.
“Los profesores míos decían que en 30 años de profesión nunca habían visto tantos niños llegar a Terapia complicados con la enfermedad. El 2022 fue bastante fuerte, porque tuvimos muchos infantes graves y, aunque la mayoría salió bien, otros tantos fallecieron. De todos los pacientes que he tenido en mi vida, justo fue una niña con dengue la que más me impactó, independientemente de la relación que yo tenía con la familia; fue un caso duro en extremo, que nos dolió a todos”.
Dos toques a la puerta marcan la pausa obligatoria. Del otro lado está un padre que necesita conocer la evolución de su pequeño, quien combate cuerpo a cuerpo con la Parca. “Los análisis corroboraron nuestras sospechas. Lo cubrimos con más antibióticos y la evolución ha sido favorable”. La frase devuelve luz a un rostro. Ahora sí se puede continuar.
“En octubre se cumple un año desde que me gradué como especialista. En estos momentos hago guardia en un sistema de 24 por 72 horas. Realmente extraño estar todos los días aquí.
“Manejamos pacientes muy complicados, que están luchando entre la vida y la muerte, y somos los encargados de rescatarlos de ese más allá. A veces ganamos, y otras nos gana. Además de los que vemos en la sala, uno atiende pacientes puertas afuera. No nos limitamos solo al crítico.
“Nuestro tiempo personal se ve muy consumido. Todo el mundo tiene un niño enfermo todo quiere que lo ayuden y resulta difícil negarse. La palabra No, por lo menos yo no la tengo en consideración nunca, si bien por momentos siento que me supera la situación, el estrés y el cansancio. Esta es la vida que escogí y no me arrepiento.
“Lo mejor de todo es cuando tienes a un niño que está luchando por su vida, y a veces ya ni siquiera cuentas con él, y ves a sus familiares angustiados, pero luego de mucha dedicación, esfuerzo, logra salir por la puerta de esta sala totalmente recuperado. Tiempo después, lo ves grande, caminando con sus padres, contentos, y tú no logras creer que ese fue el niño que tuviste agonizando en una cama.
“Me he propuesto iniciar una maestría en Atención a la primera infancia, y seguir superándome cada día. Ganar en experiencia, porque todavía soy bastante joven como especialista y me falta mucho por transitar.
“A los que se inician en este camino, a los muchachos que estudian medicina y les interesa esto, les transmito que es algo de lo que nunca se van a arrepentir, porque viene cargado de la mayor gratitud posible: la vida de un niño”.
Tomado del Periódico Girón