Actuar con prudencia y responsabilidad: las vacunas por sí solas no son capaces de poner fin a la epidemia
Los contagios por COVID-19 baten récord insospechados en el mundo, asociado principalmente a la prevalencia de la variante ómicron. En medio de ese contexto se aprecia también la circulación de otros virus respiratorios como Influenza A, Coronavirus endémico 229E, OC43 y otros, lo cual ha traído consigo un incremento abrupto de personas con infecciones respiratorias.
Cuba tampoco está ajena a esa realidad. Teniendo en cuenta esas razones y el nuevo momento de la epidemia que se vive en todo el territorio nacional, nuestros protocolos están encaminados a hacer un uso más racional de las pruebas diagnósticas.
En consecuencia, los estudios se destinan esencialmente a personas que presenten síntomas de la enfermedad o infección respiratoria aguda sugestiva de COVID-19, siguiendo el criterio médico en las consultas de respiratorio de las instituciones de Salud. Para los estudios tendrán prioridad los menores de dos años de edad, las gestantes y las puérperas, así como los pacientes de grupos de riesgo con comorbilidades y otros que por su vulnerabilidad tengan más posibilidades de transitar hacia formas graves de la enfermedad.
Consideramos oportuno recordar a nuestra población que ya no se realizan pruebas diagnósticas a quienes resulten ser contactos de casos positivos y no presenten ningún síntoma que pueda asociarse a la COVID-19. Esa práctica se ajusta a las recomendaciones realizadas por la Organización Mundial de la Salud para este nuevo momento de la pandemia.
Si bien es cierto que con este protocolo de actuación pudieran no diagnosticarse todos los enfermos y se modificarían las estadísticas del país en cuanto a índices de mortalidad, incidencia del virus y otros, las recomendaciones mundiales y el comportamiento actual de la epidemia no justifican realizar estudios en la población de forma general.
La evaluación sistemática del comportamiento del virus irá guiando el camino de las acciones a implementar. Así ha sido en el trascurso de toda la epidemia en Cuba y así lo seguiremos haciendo.
Si hacemos un simple análisis al cierre de la última semana, cuando solo habíamos vivido los primero 29 días del año, es evidente el ascenso de los contagios: 76 198 nuevos pacientes se confirmaron en ese período.
No obstante, ese incremento —superior a los 70 157 pacientes detectados en el pasado mes de octubre—, esta vez no ha traído consigo un ascenso proporcional de las personas hospitalizadas, en estados grave y crítico, o fallecidas.
Con la prevalencia de la circulación de la variante delta, entre los meses de julio a septiembre de 2021, la situación en ese sentido fue mucho más compleja en todo el territorio nacional.
Favorablemente, aun cuando la variante ómicron —detectada por primera vez en el país a finales de noviembre de 2021—, ha demostrado ser mucho más transmisible, las formas graves de la enfermedad son menos frecuentes.
A lo anterior también se unen los elevados niveles de inmunidad alcanzados entre nuestro pueblo con el avance de la vacunación: este 31 de enero tenían completo su esquema de vacunación 9 831 581 personas —el 87,9 % de la población cubana— y de ellas 5 358 553 habían recibido su dosis de refuerzo.
Son números que alientan, pero que no pueden llevarnos a la confianza. Ómicron ha demostrado ser todo un desafío para la Ciencia y Cuba asume ante ella las acciones necesarias.
Las constantes mutaciones que se han manifestado en el SARS-CoV-2, al igual que sucede con todos los virus, han originado la aparición de nuevas variantes, algunas de ellas con mayor relevancia a nivel mundial por sus implicaciones en la diseminación de la epidemia, el riesgo de hospitalizaciones, o la reducción de la respuesta de anticuerpos frente a las vacunas. A estas variantes se les ha llamado variantes de preocupación (VOC, del inglés Variants of Concern).
¿Cómo se detectan estas variantes, podrían preguntarse muchos? Sin pretender complicarnos con términos científicos, consideramos importante que nuestro pueblo conozca que ello se realiza a través de la técnica de secuenciación genómica.
Este es un proceder altamente complejo y costoso, que necesita de un equipamiento específico (secuenciador automático de ácidos nucleicos) y requiere de varios días para el procesamiento y posterior análisis de las muestras.
Muy pocos laboratorios en el mundo están equipados para llevar a cabo este tipo de estudios, que no se aplican a la totalidad de las muestras diagnosticadas con el SARS CoV-2, solo se hace a una representación de las mismas. Para seleccionar dichas muestras se siguen criterios de interés como que procedan de diferentes territorios; se correspondan a casos graves, fallecidos, con síntomas leves o asintomáticos, diferentes rangos de edades, inmunizados con diferentes vacunas y dosis, entre otros.
La esencia está en mantener esos estudios periódicamente, para así detectar la aparición de cualquier nueva variante, identificar su predominio en la circulación, y estar alertas ante la emergencia que pueda significar.
El Instituto de Medicina Tropical “Pedro Kourí” (IPK) de Cuba cuenta con la tecnología para llevar a cabo la secuenciación genómica, lo cual ha hecho desde el inicio de la epidemia. Ello nos ha permitido identificar oportunamente la introducción de las diferentes variantes: hasta el momento se ha demostrado la circulación de las cinco VOC (Alpha, Beta, Gamma, Delta y Omicron), la variante D614G, además de otras 12.
Que conozcamos más sobre el virus, y en algunos escenarios tengamos mejores herramientas para combatirlo que dos años atrás, no puede ser motivo para confiarnos, sino todo lo contrario.
El conocimiento que tenemos sobre la COVID-19, y los daños que provoca en la salud, solo ratifican la necesidad de cuidarnos todos. Cualquiera de nosotros puede contagiarse y evolucionar a estadios graves de la enfermedad.
Pedimos a nuestro pueblo actuar con prudencia y responsabilidad. Las vacunas por sí solas no son capaces de poner fin a la epidemia.