Mujeres en la salud cubana: más allá del amor
Desandan las instituciones asistenciales con la prestancia y agilidad de quien nunca se cansa; al menos eso parecería a simple vista, o ante la mirada superficial de aquellos demasiado ocupados como para reparar en el ademán del esfuerzo y solo aprecian la sonrisa detrás de la mascarilla sanitaria.
Organizan procesos, atienden a pacientes, ofrecen soluciones y crean alternativas protegidas en un traje verde que desde hace casi un año las pone a salvo del contagio. En el país ellas representan el 70,3 por ciento de los 497 mil 593 trabajadores de la salud y se han convertido en un ejército de hadas madrinas poderosas y sensibles, pero fuertes y abnegadas.
A muchas se les encuentra en los lugares más peligrosos, detrás de la imaginaria línea roja que demarca la zona de mayor vulnerabilidad epidemiológica en la atención a la COVID-19, y por eso, son la vida luchando por sostenerse, la caricia, la palabra adecuada en momentos de desaliento.
La Dra. Odalys Marrero, especialista en terapia intensiva del Instituto Tropical Pedro Kourí (IPK) es una de ellas. Estrenó el enfrentamiento al SARS-CoV-2 en la Mayor de las Antillas, al ser sus manos las primeras de una mujer en el país en tratar a uno de los primeros pacientes diagnosticados con la enfermedad.
Recuerda que en aquellos instantes de tanta incertidumbre fue casi imposible evitar el miedo, pero la convicción y la entrega al trabajo resultaron más fuertes; “como médicas estamos acostumbradas a poner nuestra vida en peligro y la ganancia mayor ha sido aprender a protegernos más también frente a otras enfermedades”, comenta.
Fueron más de seis los meses que debió permanecer bajo un régimen de aislamiento durante el cual prácticamente no vio a su familia, y cuenta que en su caso eso sirvió para que esposo e hija jugaran un papel en la casa que antes no asumían, porque entonces todo giraba y recaía sobre ella.
Para mí fue difícil estar lejos y a pesar de que ellos me decían estar bien, me daba cuenta de su preocupación, pero eso ayudó a que mi hogar funcione hoy de una manera diferente, reconoce.
Muchas mujeres estuvieron en zona roja, incluso madre de hijos pequeños, a quienes debieron dejar al cuidado de sus progenitoras o suegras para no dejar de enfrentar la tarea que tenían delante. A medida que avanzó el tiempo un número significativo de ellas se fue incorporando al entender la dimensión del desafío que enfrentábamos.
En lo personal no pienso que haya hecho nada heroico, solo que resultaron condiciones de trabajo diferente y si tuviera que volver a hacerlo, asumiría cada responsabilidad con la misma entrega.
La Dra. Lissette del Rosario López González, Jefa del Grupo Nacional de Pediatría y miembro del Grupo de Expertos de la COVID-19 del Ministerio de Salud Pública, se ha entregado durante el último año a los niños y la COVID-19, a tratar a los infantes que han padecido la enfermedad, a evitar que estos presenten complicaciones, a salvarlos y cuidarlos como cuida una madre a sus hijos.
La tarea lleva una implicación sentimental importante –afirma conmovida y desde su experiencia– porque en cada uno de los lugares donde prestamos servicio trabajamos para cuidar a los niños, pero también es nuestro deber proteger a sus padres y a nosotros mismos con exquisita humanidad, por las personas, nuestro desempeño y porque nuestras propias familias nos esperan.
Ha sido difícil, pero la mujer le pone una impronta única a todas las tareas que asume pues el sentimiento maternal nos acompaña siempre al sentir cada niño que asistimos como si fuera nuestro.
Un porcentaje importante de los servicios pediátricos la tienen en las primeras líneas de enfrentamiento, como enfermeras, pediatras, técnicas de laboratorio, pantristas, auxiliares de limpieza….
Por eso se les puede calificar de “valientes” ante los desafíos de conservar su profesión, de ser profesoras de sus hijos dentro del hogar, de intentar mantener el equilibrio psicológico de la familia, aun con los efectos adversos que tiene el confinamiento; porque les ha tocado cuidar de todos y protegerse ellas, en aras de seguir cuidando a los demás.
Si se tratara de encontrar una imagen con la cual compararlas, entonces sería la del Alma Mater de la Universidad de La Habana, siempre con los brazos abiertos, asumiendo todas las tareas que nos entregan e intentado cumplirlas de la mejor manera.
Pero no solo en el enfrentamiento directo a la COVID-19 es posible hallarlas, sino en otros frentes igualmente importantes como la docencia y la colaboración médica internacional, por ejemplo. Ese es el caso de la Dra. Yoandra Muro, rectora de la Escuela Latinoamericana de Medicina, fundada por el Comandante en Jefe Fidel Castro en noviembre de 1999.
Esta doctora, especialista de II grado en Medicina General Integral, es una de las tantas mujeres valerosas que han llevado la luz de Cuba hacia los rincones más oscuros del mundo, en su caso Guatemala y Bolivia.
Incontables los recuerdos e imborrables las impresiones que le han hecho amar aún más a su país, por el cual –asegura– sería capaz de ofrecer la vida sobre todo luego de haber sido detenida injustificadamente por la policía boliviana, tras el golpe de Estado contra Evo Morales.
Su experiencia se suma a las de tantas otras: en 2020 de todos los colaboradores en misiones internacionalistas, 24 mil 717 fueron mujeres, lo que representa el 55 % del total de cooperantes, y particularmente de ellas, 2 mil 952 integraron Brigadas del Contingente Especializado en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias “Henry Reeve”.
Diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular, en la Comisión de Atención a la Niñez, la Juventud y la Igualdad de Derechos de la Mujer, y representante suya en el Parlamento Latinoamericano, esta guerrera de bata blanca engrandece la medicina cubana y la hace ser heroína de estos tiempos.
Detrás de cada historia es posible encontrar el sacrificio, un testimonio de superación a toda prueba, muestra de la grandeza de la mujer profesional cubana y de las oportunidades que el país ofrece al alcance de quien quiera asumirla y crecer.
Clarisneisy Ramírez Beirut es hoy, licenciada en Nutrición, se desempeña como jefa del Departamento Dietético en el Hospital Clínico-Quirúrgico Julio Trigo, de La Habana, donde trabaja hace más de una década y confiesa que no se concibe haciendo otra cosa.
Para ella, la clave para alcanzar el éxito radica en no conformarse y seguir luchando, mientras agradece a la Revolución por la posibilidad de superación sin distinciones para todos. Señala que en ese sentido los aportes de las mujeres en la docencia, la investigación, la asistencia y gerencia han sido determinante en los favorables resultados del sector cubano de la salud.
A manos de mujeres como estas el futuro de la Medicina y la vida en Cuba se encuentra asegurado; desde las más jóvenes generaciones en formación se alzan las voces femeninas que denotan el compromiso necesario para continuar impulsando la inmensa obra de sus predecesoras.
Lissette María Riverón, estudiante de quinto año en la Facultad Manuel Fajardo, del Instituto de Ciencias Básicas y Preclínicas Victoria de Girón, en la capital, es una de esas involucradas también en el enfrentamiento a la pandemia, algo sobre lo cual afirma sentirse orgullosa.
Esta muchacha de 23 años es una de las más de 60 mil féminas matriculadas en el curso académico 2020-2021, de Ciencias Médicas, y comenta que “este constituye un momento histórico para nuestra nación y el mundo, y los estudiantes de Medicina somos de alguna manera protagonistas al velar por la salud de la población”.
Además, Lissette participa como voluntaria en las donaciones de sangre, y cuando un compañero debutó con leucemia contribuyó junto a muchos otros estudiantes a conseguir el vital líquido para la transfusión; su solidaridad encuentra en Cuba su máxima expresión y se autoreconoce satisfecha y profundamente orgullosa por la Revolución y los logros de sus científicos.